Harvard también me inculcó hábitos que son los faros que me esfuerzo en seguir: el hábito de la atención, el arte de la expresión, el darme cuenta cuando aparece una nueva idea, el hábito de escuchar con tolerancia la refutación de las ideas y argumentos, para luego defenderlas con énfasis, el arte de indicar asentimiento o desacuerdo de manera graduada, sensata y medida, el hábito de fijarme en los detalles con exactitud, el saber hacer las cosas a su tiempo, el valor del trabajo duro y la sobriedad mental. Harvard ha sido la escuela donde aprendí e inicié esa tarea sin término que constituye el conocimiento de la propia persona.
Además de haber ampliado mis conocimientos, consolidado mis valores y
moldeado mi carácter para poder servir no solo en el sector privado,
sino, principalmente, al ciudadano en el servicio público, Harvard me
enseñó que la excelencia es, en sí misma, una misión personal y social.
En lo personal, la excelencia es una tensión hacia lo mejor.
Es un impulso y una sed interior e inagotable de no conformarnos con
lo alto, sino a buscar lo más alto; que nos lleva a no satisfacernos con
lo grande, sino a anhelar lo más grande; a no ir en pos de la gloria,
sino de la trascendencia.
Socialmente, la excelencia no es un ornamento prescindible, es una
necesidad urgente de nuestro país. Los peruanos no nacimos para mínimos
ni para contentarnos con el menor esfuerzo. Nacimos para lo máximo, para
lo más alto y lo más digno y todas las veces que no hacemos todo lo
posible por ser excelentes, pagamos un altísimo precio, un costo
terrible que sufrimos todos. Porque todos los que no se atreven a la
excelencia nos hacen pagar la terrible retribución de la mediocridad.
Estoy convencida de que la búsqueda de la excelencia mejora a las
personas y, por consiguiente, a la sociedad. Esa pesquisa por ser
excelentes se manifiesta, en las personas, en su curiosidad, en su
disciplina para cultivar sus mejores talentos, su aprovechamiento del
tiempo, su perseverancia, su disposición a renunciar a gustos,
satisfacciones y éxitos inmediatos, su cultivo de virtudes y valores
fundamentales, su destreza para utilizar oportunamente los recursos
puestos a su disposición. A su vez, esa exploración por cultivar lo
excelente en la sociedad peruana es lo que nos hará un país nuevo,
mejor, genuino: el país que queremos y con el que soñamos.
La excelencia debe convertirse en la misión de la sociedad peruana,
pues si como país buscamos la excelencia en la conservación y cuidado de
nuestros recursos, seremos un país que camina hacia su propia
salvación, que dejará a sus hijos una nación rica y próspera. Si nuestra
patria se hace excelente en la distribución de su riqueza, terminará la
desigualdad e inequidad que lo aflige y que lleva en sí misma el germen
de la delincuencia y la violencia. Si edificamos una sociedad que crea
en la excelencia de los valores morales, esta tendrá cada vez mejores
hijos, y nos preservará a todos de los flagelos de la delincuencia y la
miseria humana que hoy nos azotan.
Un entorno que apueste por la excelencia en el comportamiento y en la
conducta de todos habrá acabado de una vez y para siempre con la
corrupción, la trampa, el doble rasero, la ausencia de escrúpulos y el
pacto monstruoso con el mal menor como única opción de supervivencia.
Para decirlo en una frase, la búsqueda de la excelencia nos permitirá
pasar del mal menor al bien mayor. Por último, si nuestros líderes y
gobernantes se comprometen con la excelencia en todas sus actuaciones,
tendrán la confianza y el corazón de sus electores, pues cumplirán con
ellos, y permitirán que el Estado a ellos confiado sea institucional,
viable, competente, y se alejará progresivamente del abismo de lo
fallido y lo anárquico.
Al recibir este premio, lo dediqué sobre todo a todos los hombres y
las mujeres jóvenes de nuestro país, para decirles que con esfuerzo y
dedicación cada uno puede lograr sus sueños. Que no importa de cuán
lejos partas, siempre podrás conseguir tus metas si te lo propones y
trabajas duro en ello. Que vean en mi modesta contribución al porvenir
del Perú una hoja de ruta de que la educación, la excelencia, la
tenacidad y la ética pueden llevarte al lugar que tú has anhelado con
fervor. Y pidan que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de
experiencias, como escribió el poeta griego Constantino Kavafis en su
poema “Regreso a Ítaca”, porque así los mejores años de sus vidas
estarán siempre por venir." Beatriz Merino
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