sábado, 9 de agosto de 2014

Nagasaki, 69 años después.

La conmemoración de los terribles sucesos ocurridos en Hiroshima y Nagasaki en 1945 nos recuerdan los extremos de destrucción a los que puede llegar el ser humano si la comunidad internacional no pone un límite al uso militar de la energía nuclear.
Después que se lanzó la primera bomba atómica, de Hiroshima sólo quedó una enorme cicatriz en la tierra, rodeada de fuego y humo. Los norteamericanos esperaban la rendición inmediata de Japón. Pero esto no sucedió. El alto mando japonés dio por hecho que los Estados Unidos sólo tenían una bomba atómica y, ya que el daño estaba hecho, se mantuvieron en armas. Sin embargo, esta actitud de los japoneses fue prevista por los estadounidenses y, para demostrar que tenían más bombas y de mayor fuerza destructiva, arrojaron una segunda bomba. El 9 de agosto, a las 11:02 de la mañana, el espectáculo de la aniquilación nuclear se repitió en Nagasaki. Esta vez se trataba de una bomba de plutonio, con la capacidad de liberar el doble de energía que la bomba de uranio.
En Nagasaki, donde había 270 mil habitantes, murieron más de 70 mil antes de que terminara el año y miles más durante los siguientes años.  
El uso de esta última bomba sobre Japón, fue una demostración de poder tan efectiva, que sus efectos disuasivos se han prolongado hasta nuestros días.

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