La conmemoración de los
terribles sucesos ocurridos en Hiroshima y Nagasaki
en 1945 nos recuerdan los extremos de destrucción
a los que puede llegar el ser humano si la comunidad
internacional no pone un límite al uso militar
de la energía nuclear.
Después que se lanzó la primera bomba atómica, de Hiroshima sólo quedó
una enorme cicatriz en la tierra, rodeada de fuego y
humo. Los norteamericanos esperaban la rendición inmediata
de Japón. Pero esto no sucedió. El alto
mando japonés dio por hecho que los Estados Unidos
sólo tenían una bomba atómica y,
ya que el daño estaba hecho, se mantuvieron en
armas. Sin embargo, esta actitud de los japoneses fue
prevista por los estadounidenses y, para demostrar que
tenían más bombas y de mayor fuerza destructiva,
arrojaron una segunda bomba.
El 9 de agosto, a las 11:02 de la mañana, el
espectáculo de la aniquilación nuclear
se repitió en Nagasaki. Esta vez se trataba de una bomba de plutonio,
con la capacidad de liberar el doble de energía
que la bomba de uranio.
En Nagasaki, donde había
270 mil habitantes, murieron más de 70 mil antes
de que terminara el año y miles más durante
los siguientes años.
El uso de esta última bomba sobre Japón, fue una demostración
de poder tan efectiva, que sus efectos disuasivos se
han prolongado hasta nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario