jueves, 19 de diciembre de 2013

Para contar en esta Navidad (3)

Las Lágrimas de la Virgen
De: ESTHER MARGARITA ALLISON

Cuentan los viejos decires que, una vez, a la Virgen de Huanta, –primoroso pueblo ancashino–, se le perdió el Niño. Como todos los pequeñines, traviesuelo, pidió permiso a su mamá para jugar un rato, y ella, juzgando que estarse todo el día quietecito entre sus brazos ahí, en la iglesia solitaria, podía serle cansador; lo bajó diciéndole amorosamente:
–Anda, hijito mío, pero no te me demores mucho...
Jesús se echó a correr hacia el campo y María, sonriendo lo vio desaparecer entre los retamares amarillo. Como lo sabía dócil y obediente, no pensó que se alejaría demasiado... Pero la mañana pasó, vino la tarde y no regresaba el Niño.... La Virgen desosegada, no cabía en sí de la zozobra, y, cuando llegó la noche, no pudo más con la inquietud y salió a buscarlo.
Al mirarla, se encendieron gozosas las luciérnagas.
–¿No habéis visto a Jesús?... –les preguntó la Virgen–.
Su voz, toda música, se esparció por el viento y los vecinos de pueblo comentaron al oirla:
–¿Qué nuevo pajarito canta así, con tan dulce angustia?
Pero las luciérnagas, acabando de despertarse, no supieron informarle. Anhelante, interrogó María entonces a la acequia, que ya se adormilaba como un corderito de espuma:
–Agüita, agüita, ¿No jugó contigo mi Niño?
–Sí, –contestóle apenas el arroyo, cabeceando por el sueño–. Estuvimos jugando juntos, pero él me dejó atrás, rezagadito...
La Virgen continuó andando, turbada. Les inquirió a los sauces:
–¿No se trepó Jesús a vuestra ramas, arbolitos verdes?...
–Sí, –le respondieron, inclinando afirmatívamente las despeinadas cabezas–. Se meció en nuestras hojas, lo mismo que un zorzal... Pero se fue después hacia los cebadales...
Brillantes espiguitas –indagó ansiosamente María junto a la cebada–, ¿No os acarició ni Niño?...
–Sí, –replicaron, agitándose todavía en el recuerdo jubiloso– y, por eso estamos ahora tan lustrosas... Pero luego se marchó a conversar con el alfalfar...
La Virgen, más y más oprimida por la congoja, se deshizo en lágrimas...
–Vaya, –se dijeron los vecinos, escuchándolas caer blandamente sobre la tierra–, ¡Qué modo de llover tan suave!
Pero cuando averiguó por su hijito a la alfalfa, ésta le repuso solamente:
–Sí, pasó por mi lado, y, al rozarme, me dejó cubierta de trocitos de cielo... Pero siguó de largo...
La desazón le mordía a María el corazón... ¿ A dónde ir?... ¿A Quién preguntarle?... Y, sollozando, sus mejillas empalidecieron como jazmines con rocío... De pronto, en la espesura divisó un insólito resplendor. Caminó presurosa hasta allí, y, entre los trigos maduros, halló a Jesús, profundamente dormido... La Virgen lo alzó hacia su pecho, y, estrechándolo, retornó, ya feliz a su retablo mientras quedaba el trigal misteriosamente iluminado...
Pero, entre tanto, sus lágrimas al rodar por la hierba, se habían convertido en unas liliales estrellitas, tersas y cándidas como la misma nieve...
–Vaya, –dijeron al advertirlas los vecinos–, ¡Qué preciosas flores, qué puras, qué frescas!... ¡Si parecen lágrimas de la Virgen.
Y de allí, les viene el lindo nombre.

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