Las mujeres también somos violentas, a veces contra el marido, muchas veces contra nuestros hijos, algunas lo son contra los padres envejecidos y muchas, pero muchas, contra otras mujeres. Nos ocupamos de sus vidas, las "reveseamos", subestimamos sus éxitos, malpensamos sobre cómo los consiguieron y las "despedazamos" si intentan "quitarnos nuestros hombres".
Por si no lo has leído, transcribimos aquí, el artículo de Maritza Espinoza "#Ni una hipócrita más" aparecido en "Domingo" después de la marcha "Ni una menos" en el que reflexiona, con el desenfado que la caracteriza, sobre estas y otras actitudes que las mujeres debemos superar, para que unidas, podamos hacer frente a la violencia de algunos hombres.
Ahí va:
"Tú, querida, que seguro ayer fuiste con tu pancartita y tu mejor look de
hipster a la marcha. Tú, que te alucinas poco menos que Gloria Steinem
solo porque tu foto de perfil es un selfie con un cartelito que dice
#Niunamenos. Sí, tú: ¿tienes idea de cuántas veces has abusado de otra
mujer?
Porque, no te me hagas la del calzón con bobos, yo he visto las veces
que descuartizaste a una congénere por la ropa que llevaba (¡ay, mira,
la huachafaza!) o la denigraste solo porque en el trabajo tuvo el
atrevimiento de llegar más lejos que tú (¡es que dicen que se acuesta
con el gerente!) o, peor aún, la hiciste locro porque se atrevió a mirar
al papanatas que llamas novio (¡aaay, esa puta me quiere quitar a mi
hooombre!)
Bueno, mi estimada, ellas son las leydi guillenes y arlettes
contreras de tu minúsculo mundo y, aunque sus caras no traen ninguna
marca, sus almas exhiben los moretones de tu mezquindad, de tu rechazo,
de tu deslealtad, de tu cobardía y, desde ayer, de tu hipocresía.
¿Qué, crees que lo que haces no es violencia? Pues sí lo es, y de la
peor, darling. Y duele igual que los puñetes y patadas que esos hombres a
los que lincharías rabiosa, si los tuvieras delante, propinan a esas
mujeres que defiendes sin conocer. O tal vez justo porque no las
conoces. Porque, si el hombre es el peor lobo del hombre, no hay peor
buitre de la mujer que las propias mujeres y ninguna marcha de
#Niunamenos servirá de nada si antes no nos metemos en la cabeza algunas
cosas que, por ser tan evidentes, nadie ve.
La primera, que ningún misógino vino con la frase “la mujer es
menos” tatuada en el ombligo. No, señor. Tuvo que ser una mujer, su
santa madre, la que le metió en la cabeza que chicos y chicas eran
diferentes: que ellos podían llegar a la hora que quisieran, tirar con
quien quisieran y golpear a quien quisieran, pero que ellas debían ser
unas damitas cuyo mayor logro sería pescar a algún paparulo que las
lleve (de blanco) al altar.
Porque,
segunda cosa que nadie acepta, vivimos aún en una sociedad donde el gran
logro de una mujer sigue siendo conseguir a un hombre a como dé lugar,
aunque el pobre bípedo que te toque en suerte sea algo parecido a Shrek,
sin un cobre en el bolsillo y con las luces de una lavadora malograda. Y
para mantenerlo a tu lado (por su voluntad o sin su voluntad, como
diría Rafael Rey) crees que está justificado aplastar cabezas (de otras
mujeres), destrozar prestigios (de otras mujeres) y traicionarte a ti
misma.
¿No me crees? Entonces, querida,
responde: ¿por qué todos los programas de televisión le meten horas de
horas de raje a las “robamaridos”? ¿Por qué se te pone la piel de
gallina de solo pensar que él podría irse con otra mujer? ¿Por qué, ah?
Sé que lo negarás a gritos, pero si alguien te preguntara qué
prefieres, si perder tus 20 kilos de sobrepeso o a tu marido en los
brazos de otra, estoy segura de que, bien para adentro, preferirías
verte como Mayimbú antes que dejar que otra mujer se lleve al trofeo de
tu vida.
Si bien la solidaridad femenina
es uno de los grandes valores que este lado de la Humanidad ha logrado
construir en la historia, basta que aparezca en medio un remedo de homo
sapiens sapiens para que las sonrisas desaparezcan y se despierte la
arpía desgreñada que llevamos dentro, capaz de convertir en sapo a su
mismísima hermana, como una Milena Zárate cualquiera.
Por eso, está muy bien lo de salir a defender a las mujeres
violentadas, pero mucho mejor (y más trascendente) sería hacer un examen
de conciencia para reconocer cuántas veces nosotras mismas degradamos a
nuestro género y, sobre todo, cómo debemos comenzar a pensar y actuar
para corregirlo.
Piénsalo la próxima vez
que quieras vestir a tu niño de azul y a tu niña de rosado, o darle a
tu nene un robot y a la nena, una Barbie. ¿Qué carajos tienes en la
cabeza para comenzar a encasillarlos desde tan tiernos? O la siguiente
vez que se te ocurra hacerle un quinceañero a tu hija adolescente.
¿Acaso no sabes, so pazguata, que esa fiesta es la reminiscencia de un
rito atroz del medioevo, cuando a las niñas de esa edad se las “ofrecía”
para que cualquier cuarentón con plata las desposara –y desflorara- a
cambio de una buena dote?
¿Exagero? Pues
no, mi estimada feminista de cafetín. ¿Crees que la Cenicienta que
dejaba su zapatito de cristal en la escalera estaba buscando una
carrera, un sentido en la vida o a su mascota perdida? No. Estaba
buscando un marido. Y las hermanastras malas feas no eran más que otras
mujeres que se atrevían a disputarle al susodicho y ese es el mensaje que te metieron, con dibujitos de Disney, cada vez que te contaron el
cuento: toda mujer que me dispute a mi hombre es mala, fea y se merece
lo peor.
Podría largarme dos páginas con
ejemplos, pero no se trata de avergonzarnos, sino de corregir errores,
de comenzar de cero a ser autosuficientes y solidarias, de nunca más
herir a otra mujer, de ver en el hombre no al botín más codiciado de la
comarca, sino a un compañero de viaje al que amar en libertad.
Así, en la próxima marcha #Niunamenos, nos encontraremos para
abrazarnos sin desconfianzas, ni maledicencias, ni disimulos, para
sentir que somos parte de una comunidad fraterna y generosa y entender,
de una vez por todas, que las otras mujeres no son nuestras enemigas,
sino nuestras aliadas en ese largo camino que es crecer como ser humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario