Y es aquí donde el asunto que hoy nos convoca, de pronto, aparece como una nube gris en este gran objetivo. Porque por citar algunos ejemplos, hermosos y democráticos: productos agrícolas que tantos éxitos vienen cosechando, como el café o el cacao orgánico del Perú, o un destino turístico - tan seductor y mágico como nuestro Machu Pichu- o en lo que a los cocineros respecta, una fascinante gastronomía, preparada con todas sus armas para seducir al mundo, de pronto encuentran en el flagelo de la tuberculosis, un factor que les genera desconfianza, falta de competitividad y les debilita su poder de seducción, de la misma forma que lo haria con cualquier cosa que el Perú y los peruanos querramos proponer o vender.
Los cocineros sabemos mucho de estas viscisitudes, porque convivimos diariamente con el lógico cuestionamiento que se nos hace cuando salimos a contarle al mundo de las bondades de nuestra gastronomía. Casi siempre, entre elogios y aplausos, de pronto, por ahí aparece la misma voz que dice: ¿ De qué hermosura y sabrosura nos hablas si vienes de un país en donde muchos niños viven en desnutrición crónica? ¿Acaso la gastronomía y el hambre son escenarios compatibles? Y nuestra respuesta, con no poca vergüenza, siempre es la misma: No. No son compatibles. Y en ese momento, casi como un rayo que cae sobre nuestros objetivos de querer convencer al mundo de que lo nuestro es igual o máss valioso y seductor que lo francés, lo italiano o lo japonés, de pronto, pierde fuerza y poder de atracción y nuestro discurso, y nuestros sabores y nuestros productos gastronómicos pierden competitividad frente a los de sociedades que sí fueron capaces de derrotar algo tan elemental para la dignidad de una nación, como es el que sus hijos tengan todos, la oportunidad de crecer bien nutridos"
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