Entre libros y pastelitos
Cada vez que voy a dejarle la comida a mi papá en el taller donde trabaja, arreglando carros, a eso de la una de la tarde, paso por la calle del barrio donde viví. Y no puedo evitarlo, siento curiosidad, deseo visitar a la familia que actualmente habita en el que fue mi hogar y preguntarles, no sé, muchas cosas, cómo se sienten estando allí.
Tantos recuerdos inolvidables para mí, guarda esa casita de paredes blancas y techo de eternit. Sobre todo aquellos asociados a la imagen de mi mejor amigo.
Desde que tengo uso de razón admiraba a mi abuelito Manolo, a mi papito, como le acostumbraba llamar.
Yo vivía con él, junto a mi papá, mi mamá y mi hermanito. Y aunque como en todas las familias, no faltaban los problemas, vivíamos tranquilos y felices. Él era mi confidente, mi consejero personal.
Todos los días cuando llegaba del colegio me recibía con un fuerte abrazo y un enorme beso, yo lo quería tanto como él a mí.
Era un amante de la lectura y creaba historias de fantasía, de terror, de misterio y de amor pero las que más me gustaban eran las risueñas y graciosas porque me hacían reír mucho.
Un día se le ocurrió que juntos crearíamos un relato de su vida y como a mí me gustaban esas cosas le dije que estaría muy contenta de trabajar con él. Entonces empezamos a escribir los sucesos más importantes de su historia personal.
Disfruté mucho de cuando se escapó a Lima a buscar trabajo para tener un mejor futuro. Decía que, en esos momentos, se sentía un superhéroe luchando por su vida en las calles capitalinas, venciendo el hambre y la soledad.
También me encantó cuando escribimos sus aventuras de amor con diferentes chicas.
Entre risas, juegos y carcajadas finalizamos la novela de su vida.
Yo le di la idea de que sacara diferentes copias y les entregara a cada uno de sus hijos para que la conservaran. Al poco tiempo, lo hizo. No sé si mis tíos conservarán los ejemplares, el que a mí me dio lo he forrado con un papel dorado y lo conservo entre mis tesoros personales.
Cuántos momentos felices pasé junto a él, nos entendíamos a la perfección, éramos el dúo perfecto, el siempre me repetía:
- Eres una buena chica, siempre te querré y mucho.
Cuando me lo decía, yo lo abrazaba fuerte y asomaba en mí el temor de que algún día mi abuelito falleciera. Luego se lo decía y él se reía y me hablaba convenciéndome de que la muerte solo es un sueño profundo.
A medida que iba transcurriendo el tiempo yo iba creciendo, queriendo más a mi abuelito, bueno, abuelo, porque nunca le gustó que le digan abuelito ya que esa palabra lo volvía viejecito.
Hasta que llego el trágico momento.
Yo aquel día me había levantado muy temprano por un solo motivo, era el cumpleaños de mi papito Manolo y quería junto a mi hermanito sorprenderlo.
Estábamos despiertos desde las cuatro y media de la mañana preparándole la sorpresa y esperando a que se levante, pues el siempre acostumbraba a levantarse a las seis de la mañana, a leer sus libros de colección que guardaba en un viejo armario junto al sofá de la sala.
Sentados en el comedor, teníamos delante nuestro regalo, una enorme bandeja de pastelitos, esos dulces que tanto le gustaban y que habíamos preparado siguiendo la receta que nos dio mamá.
En ese momento vimos cómo el abuelo bajaba las escaleras .Entonces corrimos a abrazarlo fuertemente diciéndole ¡te queremos mucho; que pases un feliz cumpleaños!
Emocionado se dirigió a nosotros con las palabras bonitas que siempre usaba y que guardo en mi corazón:
-¡Hijitos, estoy muy contento de ser su abuelo, de veras que sí!
Y lo decía con mucha emoción mirándonos a los ojos, yo sentí unas ganas tremendas de darle un beso…entonces prosiguió:
-¡Tienen mucho futuro por delante y muchas metas por cumplir , lo único malo es que para cuando estén grandes de repente yo ya no estaré y no podré verlos realizados, todos unos profesionales!
Yo lo interrumpí diciendo:
-¡No digas eso; nosotros también te queremos mucho, y no dejaremos que te pase nada! ¡Mejor comamos los ricos pastelitos que te hemos preparado!
Él aceptó y ya nos disponíamos a sentarnos a la mesa, cuando dijo:
-¡Antes de comer, iré a comprar un sobrecito de café para acompañar al pastelito!
Nosotros sin decir nada nos miramos y asentimos. ¡Algo se nos escapó!
Unos minutos después de que saliera de la casa, escuché un fuerte ruido...
Entonces sin poder contenerme salí corriendo a la puerta a ver qué pasaba. Nunca olvidaré el cuadro trágico que visualicé. Mi abuelito estaba tirado en medio de la pista. Desesperada corrí hacia él. Lo cogí entre mis brazos y llorando pedí auxilio.Una señora se acercó y me dijo:
-¡El conductor se dio a la fuga!
Casi no reparé en sus palabras, en ese momento lo único que me importaba era su salud.
Llegaron mi papá, mi mamá. Mi mamita, al verlo, se desmayó. Luego llegó la ambulancia, lo subieron en la camilla y se lo llevaron .Por más que supliqué no me permitieron ir con ellos.
Sin reprochar, casi muda, me quedé parada en medio del grupo de personas que me rodeaba.
Entré a mi casa y me senté en el sofá a esperar noticias.
No recuerdo en qué momento escuché el timbre del teléfono, lo único que recuerdo es que al levantar el fono mi papá me dio la terrible noticia: el abuelito murió.
Yo no lo podía creer, y sin contener el llanto las lágrimas brotaron de mis ojos. Me encerré en mi cuarto con el corazón destrozado.
Al día siguiente me levanté, tenía la esperanza de que todo hubiera sido una pesadilla pero al asomarme a la sala observé el ataúd y a toda la familia vestida de negro. Nuevamente no creía lo que veían mis ojos. Corrí a los brazos de mi papá, lo abracé y le dije cuánto lo sentía. Él me respondió que hay momentos en la vida en que se pone a prueba nuestra fortaleza y que ése era uno de esos momentos.
A los dos días enterramos a mi abuelito en el cementerio de la ciudad.
Seis meses después nos mudamos a otra casa. Yo no hacía más que pensar en los momentos felices que pasé con mi papá Manolo.
Conservo sus libros en una caja de cartón que forré con especial cariño y los muestro a quienes me preguntan por él, diciéndoles que siempre llevo en mi corazón, a mi mejor amigo, mi abuelito Manolo.
Prisley Burgos Forfuí
3º de Sec