¡Qué miedo cada vez que cambiaba de colegio! ¿Y si las niñas no me quieren? ¿Y si me rechazan ¿ Me pondrán apodos?¿Y si me gritan como en el otro colegio: “allá va la coja” ¿ Y si nadie se sienta a mi lado? Qué problema este de ser cojita. ¿Por qué cojeas? ¿Así has nacido? Y yo... teniendo que responder. Ya estoy cansada de dar explicaciones. Y me da rabia sentir miedo. A mi papá siempre lo cambian de lugar. Es militar, teniente del cuartel, trabaja en el ejército. A veces ya he logrado hacer amigas y de repente nos vamos a Tumbes, o vamos a tal o cual lugar.
Ahora un nuevo colegio. El aula está hecha un alboroto. Yo entré y todas se quedaron mudas, miraban mi pierna. Las carpetas estaban ocupadas, menos mal que hay una libre en el rincón. Fui hacia allá. Recién me sentaba cuando sentí que caía una bola de papel sobre mi cabeza y una risita. Seguro que estaba colorada porque la cara me ardía.
Felizmente llegó la maestra y todas hicieron silencio. Se llama Roxana y por lo que oí decir a las niñas de mi costado, es muy estricta. Antes de empezar la clase dijo que debíamos estar muy atentas. Se dio cuenta de las bolas de papel en el suelo, llamó a unas niñas de atrás y las hizo recoger, luego dio un sermón como de diez minutos.
Tocó la campana de recreo, yo demoré en salir, otra vez el miedo. ¿Y si decían que por mi culpa las habían reñido? Bueno, no me podía quedar en el salón. Agarré mi lonchera y salí. La profesora avanzó detrás de mí. Me dijo: “Ahí en esa banca puedes sentarte a comer tu fruta”. Se sentó a mi lado, sacó una mandarina de su bolso, me invitó unas tajadas. No es bonita pero tiene una gran sonrisa. “Yo tengo una hija que tuvo un accidente, también cojea un poquito, como tú”. Yo le pregunté cómo se llamaba. Rita, me dijo, ya tiene trece años. Quería preguntarle más cosas pero alguien la llamó. Ella se levantó y me dijo: ¿Quieres ser mi amiguita? Yo le dije que sí. Me dio un gran abrazo como de mamá y se fue. Saqué mi mandarina de la lonchera y qué dulce, qué dulce estaba mi mandarina.
Después de recreo teníamos mate. Entró un profesor, serio pero amistoso. A mí me gustan las matemáticas desde chiquita. Me concentré y cuando el profesor dejó la batería de ejercicios, yo avancé y avancé, terminé rápido. Mi compañera me observaba y yo veía que ella no avanzaba. ¿Quieres que te explique? le dije, bajito. Sí, dijo ella. Se llama Tania y es pequeña y gordita. “Sabes bastante, eres inteligente”.
El profesor empezó a llamar a la pizarra, salieron varias niñas. Cuando llegó el quinto ejercicio nadie levantó la mano. Yo no sabía si salir o no cuando Tania dijo: “ella, profesor, la niña nueva ya lo hizo”. No sé cómo avancé a la pizarra, todas me miraban. Lo fui haciendo, algo temblorosa, pero terminé. Bien, dijo el profesor, muy bien, niña. Es correcta la respuesta.
No sé tampoco cómo serán los demás días pero no importa, ahora el miedo se ha ido y yo estoy contenta con mi amiga Tania, mi maestra Roxana y mi profe de Matemáticas.
Cinthia Laura Eulogio
4º de Sec.