jueves, 4 de diciembre de 2008

Cuento: "La pizarra abrigadita" de Danela Maza



En un salón de clase estaba la pizarra. Era grande, reluciente, muy lisa, de color verde brillante.
Un día un niño alto y gordo se acercó con una almohadilla anaranjada y en un tris borró todas las palabras que la profesora y los niños habían escrito en ella y entonces la pizarra quedó temblando de frío, se sintió desnuda y se dijo:
-¿Por qué este niño borró las palabras que habitaban en mí? Ahora tengo frío, no sé con qué taparme, siento que me estoy resfriando, me voy a enfermar, ¿qué hago? -se preguntaba llorando.
En ese momento pasaba Catalina, una tiza de color verdecito claro, muy bien vestidita. Se dirigía a la banca cerca de la pizarra cuando sintió que caía a su linda falda, una gota grande de agua. Algo molesta dijo:
-¡Qué gota para tan grande! ¡Me ha manchado el vestido!
Se quedó mirando su falda y entonces se dio cuenta:
- Parece una lágrima ¿quién está llorando?
Miró hacia arriba y vio que su amiga, la pizarra, estaba muy triste, Se compadeció de ella, no pensó más en su vestido y preguntó:
-¿Por qué lloras amiga mía? ¿Qué tienes? ¿Te han pegado?
Y la pizarra muy triste, con voz entrecortada, respondió:
- Es que un niño alto y robusto ha borrado las palabras que me abrigaban y ahora tengo mucho frío.
La tiza miró sus lágrimas y su dolor.
- Ahorita vengo, no te muevas de aquí, quédate quietita.
Y se fue corriendo, a ver a sus amigas para que le ayudaran a solucionar este enorme problema. Ahí estaban: las ticitas blancas como enfermeras, la tiza roja, la azul como el mar, las amarillas soleadas, todas, unas enteras y otras partidas pero siempre listas para ayudar.
Catalina les contó lo sucedido y ellas decidieron ayudarla, pero… había un problema. Todas, inclusive las altas no podían alcanzar a la pizarra, porque era demasiado alta.
En eso la almohadilla, que usaba anteojos de vidrios azules dijo entusiasmada:
-¡Ya sé! hay que esperar que venga Ramón, el hijo de don Raúl, el señor de la limpieza, para animarlo a escribir algo en la pizarra.
Una tiza lila que recién había llegado preguntó:
-¿Quién es Ramón?
-Es un niño solitario, él sufrió un accidente y se quedó solo con una pierna, anda en muletas. Viene por las tardes acompañando a su papá. Y le gusta dibujar y a nosotras nos encantan sus dibujos porque además los acompaña de palabras muy lindas.
- La cuestión es que siempre dibuja en papeles.
-¿Cómo haremos para que se anime a dibujar y escribir en la pizarra?
-¡Ah, ya sé!- dijo la siempre lista, tiza roja.
-¿Qué propones?- dijeron varias a la vez.
- Busquemos a los lápices y digámosles que se escondan.
Y así fue. Les contaron la pena de la pizarra y los lápices corrieron a esconderse.
Decidieron colocarse en el piso para que el niño las viera y cogiera.
Y llegó el momento, Ramón ingresó. Vio que todo estaba en silencio, se sentó en una silla y comenzó a cantar. Las tizas sonreían oyéndolo, a ellas también les gustaría cantar. La pizarra sintió que el frío disminuía.
Media hora estuvo cantando y las tizas media hora esperando, hasta que a Catalina, la tiza verde claro, se le ocurrió jugar a las rodaditas y entonces Ramón las vio.
- ¡Qué lindas tizas! ¡Y hay de todos los colores! ¡Dibujaré algo y escribiré frases hermosas!
Dejó a un lado su muleta y apoyándose en la pizarra dibujó una casa, a un señor, su esposa y tres niños y escribió: “Que haya unión en las familias”.
Se ubicó al centro de la pizarra y dibujó a niños abrazándose y escribió: “Yo quiero tener un millón de amigos” y más abajo colocó: “Que siempre exista la amistad”.
Y siguió dibujando: paisajes, niños, hombres y mujeres, maestros, policías y fue escribiendo: “Seamos honestos”, “Nunca te olvides de los pobres”, “¿Por qué nos olvidamos de los minusválidos?”, “Cuidemos la tierra” y “Dios nos ama”
Y así fue escribiendo y dibujando hasta llenar la pizarra que, a medida que el niño pintaba, sentía cosquillas y un calorcito suave que la abrigaba y la iba llenando de contento.
Atardecía, Ramón escuchó a su papá llamándolo, cogió su maleta, miró la pizarra y sonrió satisfecho. Las tizas, lucían más chiquitas pero estaban felices, un brillo salía de sus poros.
-Misión cumplida- dijeron. Ahora sí dormiremos tranquilas.
Al día siguiente los niños de tercer grado se preguntaban: ¿quién hizo este dibujo? ¿quién escribió estas palabras? Y cuando la profesora llegó dijo:
-¡Qué bellas pinturas! ¿Qué les parece si hoy comenzamos la clase leyendo imágenes? Y todos estuvieron de acuerdo. Y dialogaron mucho y acordaron que cada día amanezca la pizarra con un nuevo dibujo.

Danela Maza Sandoval
6to grado.