lunes, 25 de agosto de 2008

Cuento: "Entre libros y pastelitos"

Entre libros y pastelitos

Cada vez que voy a dejarle la comida a mi papá en el taller donde trabaja, arreglando carros, a eso de la una de la tarde, paso por la calle del barrio donde viví. Y no puedo evitarlo, siento curiosidad, deseo visitar a la familia que actualmente habita en el que fue mi hogar y preguntarles, no sé, muchas cosas, cómo se sienten estando allí.

Tantos recuerdos inolvidables para mí, guarda esa casita de paredes blancas y techo de eternit. Sobre todo aquellos asociados a la imagen de mi mejor amigo.

Desde que tengo uso de razón admiraba a mi abuelito Manolo, a mi papito, como le acostumbraba llamar.

Yo vivía con él, junto a mi papá, mi mamá y mi hermanito. Y aunque como en todas las familias, no faltaban los problemas, vivíamos tranquilos y felices. Él era mi confidente, mi consejero personal.

Todos los días cuando llegaba del colegio me recibía con un fuerte abrazo y un enorme beso, yo lo quería tanto como él a mí.

Era un amante de la lectura y creaba historias de fantasía, de terror, de misterio y de amor pero las que más me gustaban eran las risueñas y graciosas porque me hacían reír mucho.

Un día se le ocurrió que juntos crearíamos un relato de su vida y como a mí me gustaban esas cosas le dije que estaría muy contenta de trabajar con él. Entonces empezamos a escribir los sucesos más importantes de su historia personal.

Disfruté mucho de cuando se escapó a Lima a buscar trabajo para tener un mejor futuro. Decía que, en esos momentos, se sentía un superhéroe luchando por su vida en las calles capitalinas, venciendo el hambre y la soledad.

También me encantó cuando escribimos sus aventuras de amor con diferentes chicas.

Entre risas, juegos y carcajadas finalizamos la novela de su vida.

Yo le di la idea de que sacara diferentes copias y les entregara a cada uno de sus hijos para que la conservaran. Al poco tiempo, lo hizo. No sé si mis tíos conservarán los ejemplares, el que a mí me dio lo he forrado con un papel dorado y lo conservo entre mis tesoros personales.

Cuántos momentos felices pasé junto a él, nos entendíamos a la perfección, éramos el dúo perfecto, el siempre me repetía:

- Eres una buena chica, siempre te querré y mucho.

Cuando me lo decía, yo lo abrazaba fuerte y asomaba en mí el temor de que algún día mi abuelito falleciera. Luego se lo decía y él se reía y me hablaba convenciéndome de que la muerte solo es un sueño profundo.

A medida que iba transcurriendo el tiempo yo iba creciendo, queriendo más a mi abuelito, bueno, abuelo, porque nunca le gustó que le digan abuelito ya que esa palabra lo volvía viejecito.

Hasta que llego el trágico momento.

Yo aquel día me había levantado muy temprano por un solo motivo, era el cumpleaños de mi papito Manolo y quería junto a mi hermanito sorprenderlo.

Estábamos despiertos desde las cuatro y media de la mañana preparándole la sorpresa y esperando a que se levante, pues el siempre acostumbraba a levantarse a las seis de la mañana, a leer sus libros de colección que guardaba en un viejo armario junto al sofá de la sala.

Sentados en el comedor, teníamos delante nuestro regalo, una enorme bandeja de pastelitos, esos dulces que tanto le gustaban y que habíamos preparado siguiendo la receta que nos dio mamá.

En ese momento vimos cómo el abuelo bajaba las escaleras .Entonces corrimos a abrazarlo fuertemente diciéndole ¡te queremos mucho; que pases un feliz cumpleaños!

Emocionado se dirigió a nosotros con las palabras bonitas que siempre usaba y que guardo en mi corazón:

-¡Hijitos, estoy muy contento de ser su abuelo, de veras que sí!

Y lo decía con mucha emoción mirándonos a los ojos, yo sentí unas ganas tremendas de darle un beso…entonces prosiguió:

-¡Tienen mucho futuro por delante y muchas metas por cumplir , lo único malo es que para cuando estén grandes de repente yo ya no estaré y no podré verlos realizados, todos unos profesionales!

Yo lo interrumpí diciendo:

-¡No digas eso; nosotros también te queremos mucho, y no dejaremos que te pase nada! ¡Mejor comamos los ricos pastelitos que te hemos preparado!

Él aceptó y ya nos disponíamos a sentarnos a la mesa, cuando dijo:

-¡Antes de comer, iré a comprar un sobrecito de café para acompañar al pastelito!

Nosotros sin decir nada nos miramos y asentimos. ¡Algo se nos escapó!

Unos minutos después de que saliera de la casa, escuché un fuerte ruido...

Entonces sin poder contenerme salí corriendo a la puerta a ver qué pasaba. Nunca olvidaré el cuadro trágico que visualicé. Mi abuelito estaba tirado en medio de la pista. Desesperada corrí hacia él. Lo cogí entre mis brazos y llorando pedí auxilio.Una señora se acercó y me dijo:

-¡El conductor se dio a la fuga!

Casi no reparé en sus palabras, en ese momento lo único que me importaba era su salud.

Llegaron mi papá, mi mamá. Mi mamita, al verlo, se desmayó. Luego llegó la ambulancia, lo subieron en la camilla y se lo llevaron .Por más que supliqué no me permitieron ir con ellos.

Sin reprochar, casi muda, me quedé parada en medio del grupo de personas que me rodeaba.

Entré a mi casa y me senté en el sofá a esperar noticias.

No recuerdo en qué momento escuché el timbre del teléfono, lo único que recuerdo es que al levantar el fono mi papá me dio la terrible noticia: el abuelito murió.

Yo no lo podía creer, y sin contener el llanto las lágrimas brotaron de mis ojos. Me encerré en mi cuarto con el corazón destrozado.

Al día siguiente me levanté, tenía la esperanza de que todo hubiera sido una pesadilla pero al asomarme a la sala observé el ataúd y a toda la familia vestida de negro. Nuevamente no creía lo que veían mis ojos. Corrí a los brazos de mi papá, lo abracé y le dije cuánto lo sentía. Él me respondió que hay momentos en la vida en que se pone a prueba nuestra fortaleza y que ése era uno de esos momentos.

A los dos días enterramos a mi abuelito en el cementerio de la ciudad.

Seis meses después nos mudamos a otra casa. Yo no hacía más que pensar en los momentos felices que pasé con mi papá Manolo.

Conservo sus libros en una caja de cartón que forré con especial cariño y los muestro a quienes me preguntan por él, diciéndoles que siempre llevo en mi corazón, a mi mejor amigo, mi abuelito Manolo.

Prisley Burgos Forfuí

3º de Sec

martes, 19 de agosto de 2008

Cuento: Una historia de conejitos

UNA HISTORIA DE CONEJITOS

Un día sábado estando en la casa de mi abuelita le rogué a mi papá que me comprara dos conejitos. Lo hice muy bien porque me llevó donde su amigo Martín, un señor que vende conejitos y me dieron a escoger entre varios de ellos.
Escogí a los dos más lindos, ya tenía pensados sus nombres, se llamarían Cielo y Rabito. Eran hermosos, de color blanco como la nieve, parecían dos motitas y su pelaje era suave como el algodón. Los llevé a la casa de mi abuelita para enseñárselos, les compré lechuga, tomate y zanahoria.
Llegó la noche y me tuve que ir a casa. Se los enseñé a mi mamá, les arreglé un espacio en el corral y me fui a dormir.


Al día siguiente corrí a verlos, estaban muy contentos corriendo por todo sitio.
Así pasaron los días, los meses y me fui encariñando con los conejitos. También mi hermanito jugaba con ellos y los abrazaba tiernamente.
Una mañana, mi mamá me dijo que mi hermanito mucho los cargaba y le iba a hacer mal, podía contagiarse con una enfermedad y que lo mejor sería venderlos.
Ya se imaginan cómo me sentí, estaba terriblemente afligida. Cómo era posible que mi mamá fuera a venderlos como si fueran papas, verduras o zapatos. ¿Es que ella no se daba cuenta de que mis mascotas eran como mis hijitos, mis bebés? Por ellos, yo que siempre he sido dormilona, me levantaba muy temprano para lavar las lechugas y zanahorias antes de darles de comer, barría y limpiaba su casa…No era posible que me arrancaran así a mis mascotas y justo ahora que la conejita iba a tener sus crías y cuando yo estaba preparando todo para el alumbramiento, no, no era posible…pero mis lágrimas no conmovieron a mi mamá.
-¿No quieres a tu hermanito? ¡Hazlo por él!
Entonces yo hubiera querido que tuviéramos una casa más grande, o que viviéramos en el campo para no tener que desprenderme de Cielo y Rabito.

Frente a nuestra casa hay una construcción y mi mamá le dijo a don Teodoro, el vigilante, si quería a los conejitos. El señor dijo que sí porque tiene dos hijas y les encantan las mascotas. Mi mamá le contó que la conejita estaba preñada. El señor, como vio mis lagrimones, me dijo que todavía no se los iba a llevar a su casa porque debía arreglarles un lugar y que los iba a tener allí en la casa que vigilaba y que yo y mi hermanito podíamos ir a visitarlos. Mi mamá dijo que ella nos acompañaría, todas las tardes, después de las tareas. Y así estamos haciéndolo, ellos han anidado en un tubo grande anaranjado.
Cielo tuvo tres crías, una tarde nos dijeron que se había muerto uno de sus hijitos. ¡A mi lado ninguno se moría! ¡Los hubiera arropado bien, no los dejaría allí, casi a la intemperie!
Dentro de dos meses acaban la construcción y don Teodoro se los llevará a su casa. Sus hijas que también van algunas tardes a verlos, se han hecho mis amigas y me han dicho que puedo seguir visitándolos y he aceptado. Les voy a enseñar cómo cuidarlos y alimentarlos. Mi mamá le ha sugerido a don Teodoro que también podrían venir a nuestra casa, algunas semanas y por supuesto traer a los conejitos. En esos planes estamos, luego les contaré lo que sigue, en una próxima oportunidad.

Jenifer Alejos Zapata
2do de Sec.

sábado, 16 de agosto de 2008

Almas en pena (Cuento)

Almas en pena


En la provincia de Sullana, la Perla del Chira, donde el canto del chilalo alegra las mañanas, el sol aparece con todo su esplendor y las aguas del río corren alegrando los días, ocurrió la siguiente historia.
-Ya vengan, la comida está lista- decía María llamando a sus tres hermosas hijas: Araceli, Luisa y Pilar.
Las niñas llegaban al comedor entre risas y juegos. La cena estaba riquísima, era cabrito con tamales, propio de la región, y las niñas no tardaron en comer todo lo servido. María, sin embargo, no probó bocado pues estaba preocupada por su esposo que aún no llegaba de la chacra y la lluvia aumentaba cada vez más.
-¿Dónde andará el Raúl?, ¡ya es hora de que se aparezca! ¿por qué no asomará las narices? –decía María mientras aguaitaba por la ventana la llegada del Raúl.
En ese momento, en medio del silencio, se escuchó el canto de la lechuza y la pobre María, víctima de sus miedos y supersticiones exclamó estremecida:
-¡Ay mi taitita! ¿A quién se querrá llevar esa lechuza panteonera?
Empezó a resondrarla, pues dicen que cuando alguien escucha el canto de una lechuza tiene que hacerlo para que no se lleve a nadie, es decir, que nadie de la familia, muera.
La pobre María, un poco más calmada, decidió sentarse en el petate tendido a un lado de la sala. Sin embargo, en ese momento, vio una sombra que entraban en su cuarto. Ya se imaginarán cómo se puso Maria. Se tornó pálida su cara y el corazón le latía fuerte, parecía que la noche de ese martes trece se había propuesto atemorizar a la ingenua Maria, pero ella armándose de valor se dirigió al cuarto a ver lo que pasaba y al ver que allí nadie había entrado, se arrodilló y con mucho temor empezó a rezar. La oración más o menos fue así:
- Señor de Chocán, taitita lindo, no sé si me estau portando mal contigo, pero por favor no me castigues así, tú sabes que soy bien miedosa, por favor Taitita acompáñame….y la oración seguía pero ya no entendí más, pues María de los nervios, empezó a tartamudear.
Ya eran las diez de la noche cuando recién apareció el Raúl, todo empapado y al ver a la María con cara de haber visto al mismísimo diablo, le preguntó:
-¿Qué tienes mujer, por qué estás así, tan asustada?
-Ay Raúl, no sabes lo que me ha pasau- le dijo María contándole lo que había ocurrido.
-Yo, mañana mismo, me voy donde mi compadre Mujica pa pedirle de favor que venga a la casa y me le eche agua bendita, pues pa mí que aquí hay algún enterrau.
-Oye María, tú estás mal de la cabeza, cómo se te ocurre que aquí hay un muerto enterrau.
-Bueno, aunque digas que estoy loca, yo mañana mismito me voy a ver a mi compadre.- dijo María dirigiéndose al cuarto.
Pero, ustedes no se imaginan lo que le sucedió al Raúl, mientras dormía. Sintió que alguien le jalaba la colcha y pensando que era María, volteó a verla. María dormía como un tronco, entonces el Raúl empezó a creer en lo que María le había dicho y lleno de miedo dijo:
-Mañana, yo mismo iré donde mi compadre Mujica. No le diré nada a María pa que no se asuste más.
Al amanecer, cuando María se levantó, Raúl ya no estaba, pero pensó ¡seguro se ha ido temprano a la chacra! y empezó a realizar sus quehaceres como de costumbre. Cuando terminó de hacerlo, escuchó que llamaban a la puerta y fue a ver quién era.
Su compadre Mujica, estaba ahí, en persona.
-Qué gusto verlo por aquí, compadrito, hace tiempos que no lo veo y justito hoy día quería ir a visitarlo -dijo María emocionada.
-Ay comadrita, es que decidí venir a darles una vuelta, porque siempre es bueno visitarse entre compadres, pa ayudarnos y pa charlar un poco, y además hace tiempazos que no nos veíamos ni las narices -decía el compadre Mujica tratando de explicar su extraña visita. Y es que en realidad su presencia no había sido más que el cumplimiento de don Mujica al pedido del Raúl:
- Dese un tiempito y límpieme la casa, le había dicho el Raúl.
María lo hizo sentar en las sillas tejidas de la salita y empezó a contarle lo que había ocurrido.
Don Mujica fingiendo asombro le dijo:
-Oye María qué cosas tan extrañas están pasando en tu casa .Pero cómo es Dios, justo se me ocurrió traer mi botellita de agua bendita, y bueno pues, ya que estoy aquí, aprovechemos pa bendecir tu casita, porque para mí que aquí hay algún finau que anda penando.
Y empezó a bendecir la casa, mientras oraba tres credos, tres padrenuestros y tres ave Marías.
María lo seguía reverente cuando, de repente, escucharon unas voces que provenían debajo de la cama, eran voces de niños.
El miedo, de nuevo, ganó a María y empezó a temblar.
- Cálmese, comadrita. Seguro son las ánimas que están saliendo de la casa. ¿No oye cómo dicen ¡gracias, gracias! porque ahora sí van a poder descansar en paz?
Pero la cosa empeoró, la cama empezó a temblar, ahora ya no era María la única miedosa, sino que el compadre Mujica, también empezó a tartamudear, de purito miedo.
Pero don Mujica se armó de valor y empezó a rezar más fuerte, invocando. a todos los santos. Pasados treinta minutos y todo empezó a volver a la normalidad, María trataba de tranquilizarse.
-María cálmate, ya pasó, lo único que falta es sacar al enterrau, para darle cristiana sepultura, para que nunca más vuelva a penar.
-Pero….¿cómo sabremos en qué lugar está?- preguntó María
-No te preocupes, el muerto está enterrau debajo de tu cama, pues ahí se ha manifestau. A más tardar mañana mismo, en la noche, lo sacamos, aprovechando que hay luna nueva. Hoy, no se puede.
-Ay compadrito, háganlo lo más pronto posible, porque si esto sigue así me vu a volver loca, compadre.
Cuando llegó Raúl, María corrió a contarle todo lo que había pasado.
-Si es necesario que saquemos al enterrau, yo mismo me ofrezco como ayudante de mi compadre.
A día siguiente María estaba muy preocupada por lo que sucedería en la noche, sin embargo la tranquilizaba el saber que después de darle la debida sepultura todo estaría mejor y ya nada la asustaría.
La noche había llegado, ya estaban en casa: el compadre Mujica, el sacristán del pueblo, Raúl, María y algunos vecinos que se habían ofrecido ayudar en el desentierro.
-Hermanos, no tengan miedo, esta alma necesita descansar en paz-decía el sacristán mientras los demás iban desenterrando con palanas.
Por fin hallaron el cuerpo, había sido de una mujer, que por las marcas en el cuello, había muerto ahorcada.
-Es Lourdes… sí, ya me acuerdo, cuando yo la encontraba en el mercau, siempre me decía, que sufría mucho con su marido y que estaba harta de su vida ¿la mataría él o ella se ahorcó? -dijo una vecina.
-Por eso, desapareció, sin dejar rastros -murmuraban los vecinos, que no salían de su asombro.
Al día siguiente, el sacristán bendijo el cuerpo con agua bendita y en la noche se hizo un rezo, por el alma.
-Quién se iba imaginar, que debajo de la cama había un enterrau, y que era la Lourdes-decía María, todavía impresionada.
Y enterraron el cuerpo en el cementerio del pueblo, y por fin el alma dejó de penar. La María y el Raúl hasta ahora le ponen flores todos los domingos.

Esther Eunice Távara Cornejo
3º de Sec.

jueves, 7 de agosto de 2008

miércoles, 6 de agosto de 2008